La vía oculta a los derechos de autor

Fecha de publicación: 2023-10-23.

Un escritor y un hada caminaban por el bosque. Cansado, el escritor se sentó en una roca y se puso a conversar con el hada sobre algo de lo que se había acordado de súbito.

—¡He tenido suficiente! ¡Esos despreciables piratas no paran de robarse mis libros! Los suben a internet y los comparten con todos gratuitamente. Como si fuera poco, la ley me tiene abandonado... ¡A estas alturas estaría dispuesto a hacer lo que sea para proteger mis obras!—, clamó el escritor.

—¿Ya probaste con una maldición?—, le preguntó el hada.

—¿Una maldición?

—Por supuesto. Como buen autor que eres, de seguro reconoces la típica «maldición» que aparece al principio de casi todos los libros publicados comercialmente, como los tuyos, y que dice más o menos así:

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso por escrito del autor. Las personas que distribuyan copias ilegales serán perseguidas legalmente junto con sus proveedores de servicios de Internet.

El escritor era familiar con el párrafo citado y respondió con molestia:

—¡Ay! ¡Pero si eso nunca ha logrado nada!

—¡Claro!—, respondió el hada—. Tendrías que ser extremadamente inocente (o estadounidense) para tenerle miedo a tales amenazas o, peor, pensar que pueden tener un efecto legal. Es la misma conclusión a la que llegaron varios autores y, por ende, usan amenazas más fuertes; más ocultas.

—O sea, como magia.

—Básicamente; usan la magia para proteger sus obras. Como te puedes imaginar, son autores principalmente ligados a temas ocultos y esotéricos. Escucha atentamente, porque, debido a la naturaleza de lo prometido por los autores que voy a mostrar, ¡estoy corriendo gran riesgo citándolos!

El hada se acomodó las alas y continuó:

—La tradición va bien atrás. ¿Ya te leíste la Biblia?—, preguntó el hada.

—Sí, obviamente, es esencial en cualquier biblioteca culta—, dijo el escritor, a pesar de que solo había leído el Génesis, el Apocalipsis y los evangelios.

—Entonces recordarás que en Apocalipsis 22:19 el profeta nos promete que

si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa descritos en este libro.

El escritor, satisfecho de que el hada citase una parte que él había leído, dijo:

—Cuando dijiste que los autores usaban la magia, pensé que ibas a hablarme de algo más metafórico como que contrataban sicarios, pero veo que me mostrarás maldiciones de verdad. Sin embargo, el ejemplo bíblico me parece más un intento del evangelista de prohibir la edición de su texto que su copia.

—Pero es un indicio; el autor está protegiendo la integridad de su obra, lo mismo que buscas tú.

—Estoy de acuerdo.

—Ahora pon atención al siguiente ejemplo. Al principio del segundo volumen de Los Secretos Egipcios de pseudo-Albertus Magnus, un grimorio de 1869, tenemos la siguiente nota (o advertencia) al lector:

En la medida en que, en este momento, todo parece tan sombrío en la sociedad, el autor de esto espera que ningún pirata de libros se apodere injustamente de este trabajo y lo reimprima, si tal persona no desea incurrir en la maldición eterna e incluso en la condena por tal acto. Mientras lo recomendamos a la protección de Dios y de la Santa Trinidad, para que estén vigilando lo mismo y coloquen al Ángel Miguel como vigilante y guardián de la empresa, para que ningún pirata pueda robar al verdadero y legítimo propietario los medios para obtener su sustento diario por la venta de esta publicación y engañarlo de su propiedad por el peligro de perder su bienaventuranza, tal ser nunca encontraría descanso ni paz, de día o de noche, ni aquí abajo ni en el más allá, al intentar estafar al editor de lo que es suyo. Esto es lo que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo concederían.

El escritor tragó nerviosamente y dijo:

—Vaya, eso sí es una maldición. Mientras el evangelista solo se atrevió a invocar a Dios, Albertus dedicó a todo el cielo a cuidar de su trabajo. ¿Dónde leíste ese tomo?

—Lo leí en la biblioteca digital Twilit Grotto, mantenida por Joseph Peterson, un coleccionista y traductor de material esotérico. De hecho, él fue quien tradujo los Secretos a inglés.

—Curioso—, dijo el escritor—. Me pregunto si Peterson, al traducir esa obra y publicarla en su sitio sin pedirle permiso a Albertus, se volvió un blanco para el maleficio. Si no fue así, ¿entonces Dios y su Coro obedecen nuestra definición de dominio público?

—Está bien; creo que Peterson está a salvo porque cuando pseudo-Albertus vivía todavía no estaba «mostrar en una pantalla» como acepción de «reimprimir».

El hada echó una carcajada burlona y continuó:

—Irónicamente, en obras de Peterson como Los Secretos de Salomón: el Manual de las Brujas según los Documentos de la Inquisición Veneciana (2018) y su versión del Grimorium Verum (2023) en las cuales actuó como editor y traductor, el autor cita a pseudo-Albertus y agrega una maldición especial dedicada a los distribuidores de libros piratas justo después de dar los agradecimientos corrspondientes:

Pensé que era apropiado en un trabajo como este incluir el equivalente negativo de agradecimientos, es decir, una maldición. Debería ser evidente que se dedicó un esfuerzo y gastos considerables para preparar este libro. Desafortunadamente, los infractores de derechos de autor están haciendo que tales empresas sean cada vez más impracticables. Así que repetiré las palabras de Pseudo-Albertus [...] Agregaré que un deshonor especial le corresponde a ciertos malvados y repugnantes trolls de propiedad intelectual, que intentan engrandecer sus egos poblando sus sitios web con material robado del arduo trabajo de otros. Que los demonios continúen castigándolos hasta que finalmente los lleven al infierno.

—Como una copia digital de su versión del Grimorium Verum está en la Library Genesis, un sitio poblado con material «robado del arduo trabajo de otros», todo ese sitio está maldito debido a Peterson—, concluyó el hada.

El escritor cerró los ojos e inclinó su cabeza hacia un costado de forma inquisitiva.

—«Que los demonios continúen castigándolos», ¿eh? Puedo entenderlo de Dios y los ángeles, pero no sabía que los demonios también estaban interesados en cuidar de la propiedad intelectual.

—Es algo que tienen en común en el cielo y en el infierno, escritor. Si bien se cuenta que los demonios son ángeles caídos, supongo que no fueron expulsados del cielo por violar los derechos de autor de nadie.


—En fin—, dijo el hada—, déjame mostrarte dos ejemplos más. Hay un distribuidor de libros de magia llamado Gallery of Magick que, de manera similar a Peterson, maldijo conjuntamente a los distribuidores de libros piratas y a quienes los descargan o copian. En su sección de preguntas frecuentes, los autores indican que

Sí, maldecimos a aquellos que comparten los libros ilegalmente y a todos quienes los descargan ilícitamente. Esta maldición limita tu habilidad para practicar la magia. El robo es la maldición hacia uno mismo más grande. Si robas libros que cuestan un par de dólares y luego haces magia con ellos, ¿qué crees que pasa? La magia amplifica la sensación de ser un ladrón: ¡te mantienes pobre! Los ladrones no pueden hacer que la magia funcione como debe; esa maldición autoinfligida es más fuerte que cualquier maleficio que podríamos efectuar. No obstante, si compras los libros legalmente podrás rectificar tu situación.

—O sea, ellos no te ponen ante la corte con Dios o Satanás como sus abogados, sino que simplemente impiden que puedas practicar la magia en general, o al menos la de sus libros. Bueno, como yo no practico la magia, esa maldición no me da tanto miedo como las de Albertus y Peterson.

—¿Y crear arte como lo que escribes no es un acto mágico? ¿No es similar a una alquimia de las letras? Disuelve y coagula...

—Solo de una forma poética, seguramente.

—Quizá si vieras tu trabajo de una forma un poco más romántica, no estaríamos hablando de destruir a quienes lo copian. Es mágico esparcir lo más posible el conocimiento también.

—¡Ja! No creas que caeré por esa retórica. Yo ya te dije que no practico la magia.

El escritor se levantó de su duro asiento y siguió caminando por el bosque junto con el hada. Luego de un rato, el hada habló de nuevo:

—Ah, verdad. Hay un último ejemplo que quería mostrarte. Es otro libro de magia, The Angels of the 7 Heavens por un tal Ars Aurora. No sé si es la maldición más iracunda en toda la literatura, pero es la más fuerte entre las que conozco:

Ninguna parte de este libro puede ser reproducido o publicado de ninguna forma o por ningún medio sin el permiso explícito del autor.

—Hasta ahora es bastante estándar—, interrumpió el escritor.

—¡Lo sé, pero permíteme continuar!—, replicó el hada—. El autor sigue:

Si has llegado a este libro comprando u obteniendo una copia oficial de los distribuidores oficiales y legales, entonces te bendigo con todas las fuerzas celestiales del universo; que nada nunca te falte y que siempre tengas todo lo que quieras mediante la misericordia divina del arcángel Tzadkiel, por los siglos de los siglos, amén. De lo contrario, si has llegado a este libro por medios ilícitos como copias no autorizadas o no oficiales, te maldigo por el resto de tus días hasta que te deshagas de esta copia y de cualquier información que hayas obtenido de aquí; te maldigo con todos los ángeles de destrucción y de muerte y que ningún ritual en este libro tenga efecto alguno en ti y en lo que necesites; que todos los efectos positivos en tu vida sean negativos y que nunca tengas paz hasta que compres una copia legal y destruyas todas tus copias ilegales. El libro está protegido por este conjuro y tiene efecto sin importar si lees este párrafo o no o si el párrafo está presente o no, en todo momento, por la furia del Dios de la destrucción, por la furia de los ángeles sedientos de sangre. Que así sea, por los siglos de los siglos, amén.

El escritor se detuvo y exclamó:

—¡Madre mía! ¿Dios de la destrucción? ¿Ángeles sedientos de sangre? A pesar del tono devoto, siento que tales entes que está invocando el autor no tendrían la protección de la propiedad intelectual como motivo principal para atacar a un infractor, sino que solo el causar daño. Creo que es demasiado.

—Puedes sacar tus propias conclusiones, escritor. Yo debo admitir que no me he leído ese libro ni ninguno de los de Gallery of Magick, dado que he escuchado que son basura—, comentó el hada.

—¿Y? ¿Acaso crees que estas maldiciones son legítimas? ¿Cómo podría un autor maldecir a tantos piratas y tantas copias de sus libros?

El hada se acomodó las alas nuevamente.

—Pues muchos dicen que no son efectivas. Una primera postura es que estos autores simplemente agregan estas advertencias magnánimas para espantar a los primerizos y forzarlos a comprar sus libros, incluso si el contenido no es tan bueno. Ya sabes: «si lees esto... ¡te vas a morir!».

—¡Puede ser! A mí se me puso la piel de gallina cuando escuché la última. Si la hubiera leído, hubiera quemado la copia inmediatamente y no habría investigado más el asunto.

—Lo cual es muy sabio de tu parte; digo yo, por si las moscas—, dijo el hada—. Una segunda postura es respuesta a lo que me preguntaste: no es posible maldecir tantos libros o piratas, dado que la energía mágica necesaria para componer los maleficios es tan finita como cualquier otra. Es decir que es posible maldecir un libro o unos cuantos, pero no una cantidad industrial.

—¡Sobre todo si incluyes las copias digitales, que pueden ser ilimitadas! Si lo que me dices es cierto, entonces veo difícil que puedas maldecir un PDF—, dijo el escritor.

—Un virus informático es casi una maldición digital, ¿no? Aunque no recuerdo la última vez que vi un documento infectado. Quizá en los noventas—, recordó el hada—. Lo último que se me viene a la mente es que un mago capaz puede revertir o protegerse de cualquier hechizo maligno. Hay tantos textos que contienen instrucciones de ritos de purificación o de confección de talismanes protectores como los que incluyen maldiciones. Otros magos simplemente los ignoran...

El escritor se quedó pensativo, como si hubiera dado con una buena idea.

—Por lo que estas maldiciones solo afectarían a los que menos saben sobre el tema... que son la mayoría de las personas. Está bien, estoy convencido. ¡Esta es la solución a mi problema!—, concluyó el escritor.

—Sí, cómo no.

Satisfecho, el escritor caminó de vuelta a su casa junto al hada.


El hada entró a la oficina del escritor, quien suspiró profundamente al verla entrar.

—A pesar de todo, no creo que sea lo mío lanzar maldiciones—, dijo el escritor.

—¿Por qué? Yo pensé que te había ido bien diseñando el maleficio e incorporándolo en los prefacios de tus libros. De hecho, me impresiona que tu editorial te lo haya permitido.

—Sí, pero fue demasiado efectivo. Ahora vendo menos libros que antes. Se hizo popular enviarle copias piratas de mis libros a otros para hacerles caer caca de pájaro encima.

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